El anciano Calder se quedó quieto, manteniéndose fuerte y erguido mientras el presidente Lee se movía a su alrededor. El apuesto anciano vestía el traje blanco más impoluto que jamás había visto. Sin rastro alguno de pelusa o suciedad, Calder se preguntó si sería la primera vez que se la ponía. El anciano Calder intentó mantener la mente distraída con aquellos detalles, haciendo todo lo posible por respetar el tono y la seriedad del ritual que se estaba llevando a cabo. Sin embargo, le resultaba difícil mantener la concentración, dado su estado de desnudez y sus ardientes deseos sexuales. Era muy consciente de que lo único que le cubría era un escudo del templo algo impotente, un trozo de tela que colgaba sobre su cuerpo tan débilmente como un mantel. El presidente Lee fue preciso en la forma de moverlo, empujando hacia arriba por encima de un hombro y otro para llegar a sus brazos, hombros, pecho y espalda.