Es bastante obvio desde el principio que el siempre excitable Johny Cruz tiene cierta debilidad por Lloyd Goldwyn -¿o quizá una debilidad sería una mejor descripción? – pero no es difícil entender por qué. Sobre todo cuando los dos chicos se dirigen al interior tras una sesión de masajes junto a la piscina y se enzarzan rápidamente en un momento claramente necesario para «conocerse». Que, en este caso, implica grandes besos y (al menos en el caso de Cruz) sacar a relucir esa monstruosa polla de Goldwyn. De hecho, no nos andemos con rodeos, aunque el dominicano no es ni mucho menos un tipo poco atractivo, su característica más destacable es, con diferencia, la enorme varita que lleva metida en el bañador.
Un hecho que obviamente no escapó a la atención de su sobreexcitada compañera alemana, que inmediatamente se dio un festín con cada fabuloso centímetro que su entrepierna podía ofrecer. De hecho, si hubiera que definir el culto a la polla, la adoración de Cruz por el agarra-culos de Goldwyn sería sin duda una definición muy demostrativa. El chico hace literalmente de esta polla gorda e hinchada el centro de su universo, provocando y acariciando cada centímetro de carne humana que Goldwyn tiene que ofrecer; y no es nada sorprendente que complete dicha adoración abriendo ansiosamente las piernas y recibiendo cada empujón de culo que el semental tiene que ofrecer.
No cabe duda de que se trata de una actuación realmente extraordinaria de un chico que ya ha demostrado su valía en innumerables ocasiones, y que culmina con él trabajando hasta la última gota de la bestia negra y lamiendo toda la suave y pegajosa sustancia viscosa en el proceso. En resumen, ¡cinco estrellas para todos!
